A la sombra del sol
Leopoldo Muñoz – CNN Chile e jornal/diario Las Últimas Noticias (Chile)
El espejismo de sentirnos arrinconados en Chile, en una prisión imaginaria compuesta por la cordillera de Los Andes y el océano Pacífico, tal vez sea sólo una ilusión porque dicho malestar no es exclusivo de este largo y estrecho país, sino que la celda mental/corporal también puede ser padecida en las inmensidades de Brasil. Un amplio horizonte natural y cotidiano, sin alturas que impidan el paso ni puertas o cerraduras puede mutar en un encierro mortal tal como se aprecia en la ficción de A floresta de Jonathas, enclaustramiento físico y moral que se repite desde el documental en Sanã, cortometraje ganador del Premio de la crítica en el 23º Cine Ceará.
Sanã (imagem ao lado) a simple vista resulta un cortometraje engañoso, quizás por su progresión dramática apenas perceptible o porque simplemente su estructura narrativa no se sustenta en el patrón de 3 tiempos (tesis, antítesis, síntesis). Por tales motivos, la pausa que ofrece la visión contemplativa de la cámara fija que usa el director Marcos Pimentel durante extensas secuencias, provoca un inusual cambio de percepción en el espectador. Un descubrimiento paulatino y que sólo lo se puede captar a partir de la observación repetida de las imágenes que nos entrega el director y en la medida que se asume como propio el punto de vista del infantil protagonista. El paisaje que nos presenta Pimentel con sus interminables dunas, ríos y un calmo mar aparece como la postal ideal en un catálogo de turismo exclusivo, pero este retrato frente a nuestra vista -sin cambiar un ápice el escenario natural-, se convierte en un lugar imposible de vivir para el niño que protagoniza el cortometraje. En la historia del pequeño, cuyo argumento zigzaguea por la frontera invisible con la ficción (al ser registro documental se exculpan todas las pruebas de verosimilitud), también la inmensidad del lugar que habita -igual que para el desorientado Jonathas- se transforma en un sitio del que quiere escapar.
Si la paradoja de la inmensidad que se transforma en mazmorra, en A floresta de Jonathas (imagem ao lado) sucede en la profundidad del Mato, aquí el cautiverio lo siente el protagonista desde su condición de personaje distinto al cotidiano. Mientras sus morenos vecinos de la misma edad hacen piruetas en el agua o juegan con una pelota, él intenta sumergir su cuerpo en el apacible oleaje -un modo de ocultar su identidad-, para así protegerse del inclemente sol. Su tez albina, huella de uno de los enigmas genéticos brasileros aún sin resolver a pesar de los innumerables reportajes al respecto, resulta la evidencia del dolor que significa ser un extraño. Quizás, él no experimentaría ese sufrimiento en Groenlandia, pero las llagas en la piel del niño (y unas manos más maltratadas que la de los villanos de spaguetti western) son la cicatriz de sentirse fuera de lugar en una tierra que parece ser un error del destino. El infructuoso intento del protagonista en buscar sombra debajo de una tabla (un vestigio material que incita a divagar por enigmas sobre su hogar, la orfandad y su pasado), la presencia de un solitario bovino o el sonido del viento que arrastra a la arena transmiten no sólo la idea sino además la sensación de desamparo y aislamiento. Adversidad que se intensifica al confirmar las consecuencias que acarrea para el albino la exposición al sol, estrella que ilumina a todos por igual pero que al acalorado menor lo convierte en un extranjero.
En esta historia en que la acción del antagonista, el sol, es incontrarrestable se cuenta paso a paso y no se tienta en recurrir a golpes de efecto en el guión ni en la puesta en escena. Incluso desecha la posibilidad de aumentar la tensión en escenas donde en apariencia hay riesgos latentes, como cuando el niño se lanza desde un bote y nada hacia la orilla, trayecto en el que uno llega a sospechar la posibilidad de que se ahogue a la mitad del trecho recorrido. Sin embargo, Pimentel no juega con nuestros temores primarios, el chico nada y llega a la orilla sin problemas, si hasta pareciese que el fondo tiene menos profundidad que la esperada.
El cineasta no pierde esfuerzos en trucos pues su objetivo es mucho más desolador que perturbarnos con accidentes o vueltas de tuerca forzadas. Con un escepticismo apabullante, nos indica que la soledad a que se enfrenta el protagonista es inherente a su decisión de subsistir en un hábitat hostil, y que su dolor tan real como se aprecia en su enrojecida piel, para nosotros, desde la cómoda oscuridad de una sala de cine, lo interpretamos como metafísico. Tal vez, esa sea la única manera de compartir su angustia existencial y suplicio epidérmico, porque el engaño que encierra el conocimiento nos hace creer que las ideas son algo más concreto y no el humo que se desprende la realidad. Incapaces de sentir la agonía del niño, en la búsqueda de suplir esa incógnita se viene a la mente la cita del Paul Valéry (revisitada por Gilles Deleuze) respecto a que “la piel es lo más profundo en el hombre”. En esa panorámica de la desesperanza, donde el malestar corporal surge como una proyección de la pesadumbre moral intolerable, también tiene arraigo en otra cumbre de la literatura, si se recuerda que del mismo modo es el inclemente sol el que instiga a Mersault en “El extranjero” a cometer un homicidio.
Bajo el filtro de ese marco de referencias culturales, con un optimismo que se desvanece como la arena entre los dedos del protagonista de Sanã, transita sin estridencias la apuesta de Pimentel. Imaginario donde el carácter contemplativo del registro sugiere el dilema, el que sin aparente progresión se resuelve de un modo chocante e iracundo. Un epílogo estremecedor -algo anticipado por el actuar de los cangrejos en la playa- que ajeno a cualquier desenlace benevolente exhibe un callejón sin salida para el protagonista. Si en algún momento el primer plano al niño mientras se divierte con un barco de juguete (llamado irónicamente Fe en Dios) desliza alguna nota de alegría, simplemente ocurre por nuestra ingenuidad frente al planteamiento del cineasta. Pimentel no está dispuesto a retroceder en su recreación del padecimiento, que si se mira con ánimo místico se pueden descubrir rasgos cristológicos al ver las llagas de su piel como estigmas. Así, ronda la idea de finalizar el martirio a toda costa, momento en que un velado suicidio se sugiere como solución. Con el sol quemando impenitentemente cada centímetro de su cuerpo, la única escapatoria para el mortificado albino es enterrarse vivo, o al menos sepultar su cabeza. Vale la pena recalcar que a pesar del inmenso espacio en que vive el protagonista, abierto para la fuga y supuestamente también para la libertad, su opción es yacer lo más adentro que pueda en esa tierra que lo trata como un extraño. Un remate sorpresivo y que por su intensidad hace retumbar interrogantes y conjeturas sobre el calvario que puede significar ser diferente.
Mercedes Sosa y Ney Matogrosso – Retratos en primera persona
Cynthia Garcia Calvo – LatAm Cinema (Argentina)
En el recientemente clausurado 23° Cine Ceará, se presentaron en la competencia internacional dos documentales diametralmente opuestos, que sin embargo comparten el mismo interés de ser retratos en primera persona de artistas populares, que fueron voces singulares en los tiempos más convulsos de la historia reciente latinoamericana. Ambos fueron también los films más aclamados por el público.
Por un lado, el argentino Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica, dirigido por Rodrigo H. Vila, es una suerte de biografía autorizada de Mercedes Sosa, cantora –como ella se autodenominaba- de la cual sobran las presentaciones. El documental tiene como hilo conductor al hijo de Sosa, quien a partir de su encuentro con artistas que han sido importantes colaboradores en su carrera -León Gieco, Charly García, Chico Buarque, Milton Nascimento, Pablo Milanés…-, descubre y recuerda a su madre en las anécdotas más íntimas; mientras la propia voz de “la Negra” relata su vida.
Como un documental de “chapa branca” lo denominó la crítica brasileña en Ceará, cuestionándose la ausencia de debates en torno al personaje. Pero este no era el documental para ello. No era la intención, ni el perfil buscado. Este es un documental que comenzó a realizarse no mucho tiempo después de su muerte, ante la idea de su hijo de recordar su vida y obra a partir de aquellos que la conocieron y la quisieron. Es un documental clásico, que se acerca al personaje desde el cariño y el respeto, pero que sin embargo sí descubre algunas cuestiones íntimas desconocidas, reveladas por la propia Sosa.
Como explicó Vila, el límite estuvo en lo que la cantante quiso contar. Así habla de su origen humilde, de la relación con su padre, del maltrato y abandono del padre de su hijo, de sus problemas con el alcohol, de su depresión y de su pánico escénico. Paralelamente, un amplio y minucioso material de archivo le pone imagen a todo aquello que se recuerda. Porque el documental es una película de recuerdos. Y entre los recuerdos, asoma el legado.
El gran mérito de Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica es que logra condensar la intensa vida y carrera de una de las cantantes más emblemáticas de Latinoamérica, consiguiendo momentos de genuina emoción, que –como “la Negra”- logran trascender fronteras y culturas.
Olho nu, en tanto, es un documental de Joel Pizzini centrado en la figura de Ney Matogrosso. Como un autorretrato imaginado, lo denominó Pizzini, quien apostó por alejarse del documental tradicional, invitando al espectador a perderse en el mundo del cantante/performer.
La película llegó a Ceará con una mutilación de 10 minutos, en relación a la versión exhibida en Brasilia en 2012. Aún así, el metraje siguió sintiéndose largo. Si bien inicialmente es interesante esta aproximación no convencional, con Matogrosso en primerísima persona en actividades cotidianas, manifestando su conexión íntima con la naturaleza, recordando su infancia, destacando aspectos de su carrera; la falta de cause del relato termina por agotar.
El documental tiene un aspecto sensorial y visual interesante en consonancia con el protagonista, quien es absoluto dueño del relato. Ello hizo que también se cuestionara la falta de rigor. Y para los extranjeros que no son entendidos en la vida y obra del cantante, la estructura abierta y la aproximación poética no ayudan a comprender y asimilar apropiadamente la magnitud de su figura.
Pingback: Cine Ceará 2013 – Abraccine premia “Sanã” e “Emak Bakia” | Abraccine - Ass. Brasileira de Críticos de Cinema